Cuando Josep Puig i Cadafalch, el gran arquitecto modernista, levantó en 1919 sus cuatro columnas en la ladera que asciende a la montaña de Montjuïch de Barcelona no podía sospechar que iban a permanecer en pie sólo nueve años. Era evidente que las cuatro columnas simbolizaban las cuatro barras de la bandera catalana y eso no gustó al dictador Primo de Rivera. No atendió a razones (cosa habitual en los dictadores) y por mucho que le contaron que simbolizaban la necesidad de luchar por la lengua, por las costumbres y por la identidad, decidió volarlas. Probablemente lo decidió porque ya lo sabía. El caso es que en 1928 las columnas saltaron en pedazos. Es decir, que el asunto catalán viene de lejos. Y los intentos de españolizarnos, también.

En las siguientes fotografías pueden verse las columnas originales y el momento en el que la última caía (hacia la derecha, si os fijáis).

España encadenó dos dictadores en el siglo XX. Es por ello que en el paréntesis de la República no dio tiempo a volver a levantarlas. Se tuvo que esperar a que se muriera Franco. Se puede pensar que ya en 1976 se volvieron a erigir, pero no. Por un lado, cuarenta años borra muchas cosas, y muy poca gente se acordaba de las columnas. Por el otro, el carácter catalán, normalmente flojo, acomodaticio y conservador hizo que se decidiera no remover las aguas y no molestar a las autoridades. El caso es que hacia el año 1994 se comenzó a hablar de la posibilidad de restituirlas pero se inició un debate político tan sonrojante como la mayoría de debates políticos. Puesto que el lugar de las columnas originales estaba ocupado por la famosa fuente mágica de colores (de la que hablé en mi primer blog) unos proponían colocar las columnas más arriba, otros más abajo, y el PP, tan majos ellos, en un lateral, medio escondidas, para que lucieran bien. Al final ganó la opción de más arriba y en 2010 comenzaron a reconstruirse. Tozudos que somos…

Cierto día de otoño de ese 2010 pasé por ahí cerca (creo que iba a visitar alguna exposición al CaixaForum) e hice la foto de arriba. Poco después, en febrero de 2011, se inauguraron por segunda vez.

Veinte meses después las columnas siguen en su sitio. Es cierto que han cambiado ligeramente la perspectiva de la avenida, con la plaza España a un extremo y el Palau Nacional (sede del fantástico y bastante desconocido MNAC, Museu Nacional) en la otra. Si la gente necesita símbolos y proyectos, los pueblos también. Yo no sé si la independencia es una posibilidad o una quimera. Lo que sí sé es que para que nuestra cultura no acabe desapareciendo somos nosotros quienes debemos luchar. Nadie salvará nuestra cultura desde ochocientos quilómetros de distancia, eso está claro. Debemos salvarla nosotros, lo mismo que son los vascos y los gallegos (y los andaluces, y los valencianos, y todas las comunidades humanas) quienes deben luchar para que sus respectivas culturas no acaben diluidas en otras que es, probablemente, lo que algunos están deseando.