A veces paso meses, años, sin leer a Cernuda, pero siempre algo me vuelve a llevar a él, como los recuerdos me llevan a las gentes y los paisajes que quiero. De los diversos Cernudas casi diría que prefiero, más allá del apasionado amante, al Cernuda desengañado y triste, que se marchó de su país y no volvió a extrañarlo ni durante cinco minutos (o eso dijo). Un Cernuda resentido, asqueado casi, sabedor de tanta mentira y maledicencias que sus contemporáneos (que tanto decían admirarle y quererle) hacían circular hasta conformar lo que él mismo llamó su leyenda.

No me queréis, lo sé, y que os molesta
cuando escribo. ¿Os molesta? Os ofende.
¿Culpa mía tal vez o es de vosotros?
Porque no es la persona y su leyenda
lo que ahí, allegados a mí, atrás os vuelve.
Mozo, bien mozo era, cuando no había brotado
leyenda alguna, caísteis sobre un libro
primerizo lo mismo que su autor: yo, mi primer libro.
Algo os ofende, porque sí, en el hombre y su tarea.

cernudaEl odio que despierta es ofensa que provoca su vida en cuatro hipócritas de misa diaria.

¿Mi leyenda dije? Tristes cuentos
inventados de mí por cuatro amigos
(¿Amigos?), que jamás quisisteis
ni ocasión buscasteis de ver si acomodaban
a la persona misma así traspuesta.
Mas vuestra mala fe los ha aceptado.
Hecha está la leyenda (…)

Esa admiración que dicen todos sentir por su poesía, Cernuda sabe, o cree saber, que es mentira. No le van a perdonar, lo sabe. No le perdonarán que haya sido tan mal español, que se marchara de su país sintiéndose por fin liberado. No le perdonarán que haya reivindicado sobre todo la herencia y cultura inglesas. No le perdonarán, finalmente, sus gustos eróticos. Y sabe que esa España que tanto le admira y le quiere sólo espera su muerte para olvidarle.

Pero aguardáis al día cuando ya no me encuentre
aquí. Y entonces la ignorancia,
la indiferencia y el olvido, vuestras armas
de siempre, sobre mí caerán, como la piedra,
cubriéndome por fin, lo mismo que cubristeis
a otros que, superiores a mí, esa ignorancia vuestra
precipitó en la nada, como al gran Aldana.

Sabe que sus compatriotas harán todo lo posible para que no quede de Cernuda el más mínimo recuerdo, como hicieron con Francisco de Aldana. Sí, el gran Aldana, el divino Aldana. Sin ninguna duda uno de los mejores poetas del Renacimiento español hoy oscurecido, no sabría yo decir si por lo que supone Cernuda.

Cuando leí el maravilloso poema de Cernuda aquí señalado había leído poco de Aldana, sólo la extensa (y grandiosa) Epístola a Arias Montano que era lectura obligada en la carrera, una carta poética que escribió a un amigo suyo. Equívoca es la epístola, pero esas cosas nunca se saben aunque Cernuda pudiera sospecharlas. Aldana, reconvertido en Aldino, le dice a su amigo:

Mas para concluir tan largo tema,
quiero el lugar pintar do, con Montano,
deseo llegar de vida al hora extrema.(…)
Quiero también, Montano, entre otras cosas,
no lejos descubrir de nuestro nido
el alto mar, con ondas bulliciosas: (…)
Mas ya parece que mi pluma sale
del término de epístola, escribiendo
a ti, que eres de mí lo que más vale;
a mayor ocasión voy remitiendo,
de nuestra soledad contemplativa,
algún nuevo primor que della entiendo.
Tú, mi Montano, así tu Aldino viva
contigo, en paz dichosa, esto que queda
por consumir de vida fugitiva;
y el cielo, cuando pides, te conceda
que nunca de su todo se desmiembre
ésta tu parte y siempre serlo pueda.

aldanaAldana es el autor de sonetos perfectos y con un cierto erotismo no exento de filosofía, con algún verso que siempre me ha llamado mucho la atención por lo osado (como el de los labios cansados de tanto chupar, escrito ni más ni menos que en el XVI):

¿Cuál es la causa, mi Damón, que estando
en la lucha de amor juntos, trabados,
con lenguas, brazos, pies y encadenados
cual vid que entre el jazmín se va enredando
y que el vital aliento ambos tomando
en nuestros labios, de chupar cansados,
en medio a tanto bien somos forzados
llorar y sospirar de cuando en cuando?

O de otros poemas en que muestra su asqueo de la vida militar y suspira, nuevamente, por retirarse al campo en compañía, casualmente, de algún buen amigo bien dispuesto:

Iríame por el cielo en compañía
del alma de algún caro y dulce amigo,
con quien hice común acá mi suerte;
¡oh, qué montón de cosas le diría!
¡Cuáles y cuántas, sin temer castigo
de fortuna, de amor, de tiempo y muerte!