Nunca podré olvidar mi fin de año en París. Fue hace dos, en la entrada de 2011. Por primera vez en mi vida decidí pasar el fin de año lejos. Nos buscamos un hotel cerca de la Tour Eiffel porque habíamos leído que en les Champs de Mart, que es la explanada a los pies de la torre, se organizaba un gran cotillón. Sea porque ese año fue especialmente gélido, sea porque los franceses tienen un concepto diferente de la palabra cotillón, el caso es que el jaleo fue visto y no visto. La Tour Eiffel está medio en penumbra y de repente, a las doce en punto, se ilumina de golpe, y los parisiens comienzan a desearse buen año, a darse besos y a descorchar alguna botella de champán. A los diez minutos ya están todos desfilando hacia el metro. Una entrada poco lucida, si puede decirse que es poco lucido entrar en un año comiéndose las uvas en París (porque sí, nos comimos las uvas, creo que fuimos los únicos en toda la ciudad… medio disimuladamente las tragamos entre risas. Las llevábamos en un pequeño tupper y yo me sentía un poco como esos celtíberos que comenzaban a pasear por Europa en los años 60).

Fuimos felices esos días. Desde la habitación del hotel veíamos la torre Eiffel centelleando a lo lejos, paseamos mucho, visitamos la inolvidable exposición sobre Monnet y disfrutamos del París invernal. Y también nos medio acostumbramos a vivir fines de año fuera de casa.

El año pasado fue Sevilla. Nos gustó ver el ambiente navideño andaluz y nos deslumbró la ciudad. Como no descubrimos un sitio público donde tomar las uvas, optamos por hacerlo desde la habitación del hotel y salir luego. Fueron días intensos: conocí a Reyes del blog Tiempo sin verte, fuimos una mañana a Córdoba, me enamoré de las calles y las plazas, de Sevilla toda, subí a la Giralda y a la Torre del Oro (tópico que es uno), me desilusioné con Triana, nos peleamos con un taxista sevillano que quiso estafarnos, comimos el día uno en un restaurante maravilloso… Y los detalles convertidos en recuerdos, como esos reflejos que te devuelve el tiempo: las copas que nos prestaron los del hotel, tan amables, para que pudiéramos brindar la noche de fin de año.

2013 2Escribo esta entrada rodeado de dublineses, recordando a Joyce. Ya os comentaré a la vuelta. Pero quiero mandaros mis mejores deseos personales para este 2013 que empieza. Me pondría tópico, claro, porque los deseos generales y sinceros suelen ser tópicos. Pero añado a esos buenos deseos otro más: la conciencia para saber ver siempre la felicidad cuando ésta decide hacernos una visita. Y acomodarla, para que se quede el máximo tiempo posible.