Llevo unos días pensando críticamente en lo que está sucediendo con nuestras izquierdas; leyendo propuestas que hacen algunos colectivos y buscando en esas propuestas la posibilidad de un camino. Supongo que todos, en mayor o menor medida, desde nuestra posición de orfandad ideológica en esta Europa en crisis, nos hemos planteado cuál debería ser la solución a esta inexistencia actual. Quizá la tibieza de un partido demócrata europeo (espero que no). Quizá la contundencia de los antisistema. Quizá acercar los planteamientos antisistema al propio sistema (las CUP en Catalunya plantean esa vía). O quizá, una síntesis posibilista pero sin dejar nada importante por el camino. És posible que esta última tendencia tengamos que buscarla en otros lares, en América del sur por ejemplo, en esos movimientos progresistas que tanto han querido desprestigiar los dueños del sistema en Europa. Aprender de ellos. Yo, últimamente, me estoy inclinando por esta última posibilidad. Es muy posible que la izquierda europea se acerque cada vez más a Chávez, a Evo… Probablemente esa sea la solución.

De momento nuestra izquierda europea ha conseguido básicamente una cosa: indignarnos. Por la forma de encarar la crisis. Pero también por la forma de encarar la cotidianidad. Veamos un ejemplo que puede sorprender a la vista de lo que llevo dicho.

La inseguridad en el metro de Barcelona hace tres y cuatro años, ya antes de la crisis, era insostenible. La gente se quejaba pero el gobierno de izquierdas de mi ciudad (PSC + ICV) decía que no podía hacer nada. Se hizo popular una señora que, harta de ver cómo se robaba a ciudadanos y turistas ante sus narices, se compró un silbato y comenzó a patrullar el subsuelo urbano.

La situación me recuerda lo que ocurrió en Badalona más o menos por las mismas épocas: barrios humildes se vieron invadidos por gitanos rumanos que estaban de fiesta hasta las tantas de la madrugada, convirtiendo su barrio en un supermercado de la droga, impidiendo la vida normal y digna de los ciudadanos, generalmente muy humildes. Cuando se les preguntaba a los responsables del consistorio de izquierdas por qué no actuaban su respuesta era siempre la misma: para no crear conflicto. Eso por decir algo, puesto que el conflicto ya existía. Resultado: en las siguientes elecciones locales ganó el PP con un discurso racista que daba miedo. (Recordaré siempre cierto comentario mío en un blog amigo, en el que se me dijo de todo a raíz de una conversación parecida a ésta. Lo más suave, el siempre socorrido insulto de fascista. Un año después ganaba en Badalona el Partido Popular).

Volvamos a Barcelona: la cosa se puso muy fea no solamente en el metro sino también en las zonas turísticas del centro. Dejando de lado el espinoso y siempre barcelonés tema de la prostitución, que se había degenerado hasta el punto de que las putas satisfacían a sus clientes en plena calle (literalmente como puede verse), seguían los carteristas haciendo de las suyas en las Ramblas. Al poco tiempo ganó el alcalde de derechas Xavier Trias.

Estos argumentos que esgrimo, que son en realidad una denuncia de situaciones de abuso que sufren curiosamente los más humildes, es tildada de fascismo por la intelectualidad de izquierdas.  El argumento de esos intelectuales es que la contundencia no soluciona el problema de fondo. Como si la permisividad solucionara alguna cosa (a parte de generar mayor desprotección de quienes serían sus votantes potenciales).

Sigo pensando que es posible combinar la preocupación social con unas normas que permitan que podamos vivir mejor y más seguros. Yo espero las izquierdas pronto. Que se busquen y apliquen modelos diversos, que se apueste por ellos, como decía al principio. Pero que cuando llegue esta nueva izquierda, que ojalá sea pronto, no se cometan los mismos errores, y que esos errores no acaben convertidos en marca de la casa.

(Noticia del 13 de julio: los carteristas del metro descienden un 19% en Barcelona. Noticia del 1 de septiembre: están descendiendo los hurtos en las Ramblas.)