A veces la memoria nos trae recuerdos inesperados o genera asociaciones. Me acuerdo, por ejemplo, de que cuando yo iba a párvulos (año 70 ó 71) mi madre recogía los envoltorios de plástico de los paquetes de tabaco (en aquellos años todo el mundo fumaba) y rescataba el precinto que lo sellaba. Tras haber acumulado una bolsa llena de precintos, los entregaba a una señora del mercado que ella conocía. Le aseguraban que con un quilo del plástico de los precintos se compraba una silla de ruedas para un impedido. Mi hermano y yo, en cuanto alguien tiraba al suelo un plástico de cajetilla de tabaco, lo recogíamos y arrancábamos el precinto para dárselo a nuestra madre.

Debo decir que esa no era una excentricidad familiar. En la Barcelona de aquellos días lo hacía casi todo el mundo. Existía un amplio acriticismo respecto a esa creencia, porque que yo sepa nadie vio nunca ninguna silla de ruedas, y creo que tampoco nadie se cuestionó si alguien vendía ese plástico de los precintos, de mejor calidad que el plástico normal, a buen postor, y se sacaba un dinerillo extra a costa de las buenas intenciones de la gente.

Lo de los precintos pasó, como pasan todas las cosas. Y se perdió en las brumas del recuerdo. Hasta que esta nueva crisis de ahora me trajo a la memoria aquel episodio, con nuevos plásticos que guardar. Mi madre, claro, se ha apuntado al carro. También en el centro donde trabajo. La señora de la frutería lo mismo. E incluso en el supermercado han puesto una caja recolectora. Pero ahora lo que se recoge no son precintos sino tapones. Por lo demás, exactamente lo mismo. Sillas de rueda, sentimiento de solidaridad en abstracto y probablemente (o probablemente no, que criticar siempre es muy fácil) caraduras que hacen negocio con los tapones que recogen otros. Es cierto que en estos cuarenta años que van de los precintos a los tapones yo he aprendido a ser descreído. Aunque me imponga, con mayor intensidad que nunca, el respeto hacia las conciencias de las gentes que hacen eso con la mejor de las intenciones.

IMG_2170Pero en esta entrada no quería hacer una advertencia fácil sobre la mentira que puede esconderse detrás de una acción generosa, sino convertir en metáfora la miseria que nos rodea. No sé si es cierto lo de la silla de ruedas. Pero sé que estamos tan mal y tenemos una conciencia tan mísera de nuestro sistema de salud y de solidaridad que hoy por hoy resulta más fácil creer en los tapones y entes generosos que compran sillas de rueda que no en un sistema de solidaridad estatal efectivo. Para la mayoría, lo público ha dejado de ser creíble.