El hombre, un periodista deportivo, acudió un buen día a un programa de entrevistas de la televisión inglesa y ahí contó su verdad. Esperaba que todo el mundo le escuchara con respeto e incluso con asombro. Esperaba despertar una brizna de duda en su auditorio, generar alguna pregunta, pero no fue así. Lo que despertó fue un ataque de risa. De repente se dio cuenta de que el público, espoleado por el presentador, se estaba riendo de él.

A partir de aquel momento su vida se convirtió en algo parecido a una pesadilla. Su nombre quedó asimilado al chiste, a la risa, al absurdo, a la locura. No podía ir a ningún sitio: la gente se moría de risa sólo con verle. Le señalaban por la calle. Ponía la tele y los humoristas hacían chistes fáciles. La gente, al escuchar su nombre, no podía evitar la risa. Su gran verdad se había convertido en su gran pesadilla.

Quince años después el hombre volvió al mismo programa. Pero ahora las cosas habían cambiado. En esos quince años algunas personas habían decidido dejar de reírse y escucharle. Y muchos, aunque no estuvieran de acuerdo con él, descubrieron que el hombre de quien tanto se habían reído, tenía razón por lo menos en algunas cosas.

Cuando volvió al programa manifestó que aquella experiencia de quince años atrás le reveló “el nivel de inmadurez” de la gente que se reía absurdamente sin pararse a pensar. Y también “cómo de fácil es para unos pocos controlar a tantos”. La entrevista continuó por esos derroteros, y quedó sin disimular el desprecio del presentador. El entrevistado se zafó con ingenio. Esa era su venganza. Y el tiempo: el tiempo transcurrido.

La gran pregunta que queda por contestar es quién es este hombre y cuál era su gran verdad por la que toda Gran Bretaña se estuvo riendo durante quince años. No lo diré. Tan sólo adelantaré su nombre: David Icke. Y, tras ver el vídeo que os aconsejo vivamente, invitaré a que cada uno busque la información. Sí, cuando yo lo leí por primera vez también me reí, exactamente igual como os vais a reír vosotros. Sin embargo, y sin ser nunca fan absoluto de ninguna religión, actualmente ya no me río, o por lo menos no me río tanto. Queda el interrogante abierto. Lo que han empezado a encajar son las piezas. Y por eso me parece todo tan inquietante.