Fue Jorge Luis Borges quien confesó, en un momento de su vida, sentirse podrido de literatura. Esa sensación, tan bien expresada por el genial argentino, la he experimentado en algunas ocasiones. Si nos asalta en demasía, la literatura es, en el fondo, una forma de locura como cualquier otra (Don Quijote lo atestigua).

Para que se me entienda, a la lectura cotidiana (prensa, blogs, correos) le sumo, en cuanto puedo, algún curso. Durante la primera semana de julio hice uno intensivo sobre la historia de la elegía: su evolución desde la elegía clásica hasta la moderna. El tema es triste en principio, pero a la tristeza de la muerte ni que sea literaria, se suma esa sensación borgiana que supongo que, en mayor o menor medida, hemos sentido todos los aficionados. Quizá es por eso que acabo de comenzar mis estudios sobre Historia del Arte en una universidad online. Significará entrar en otro mundo que me fascina igualmente y que acaso pueda depararme las sorpresas que ya dudo que pueda depararme el mío (por lo menos esas sorpresas del descubrimiento inicial, que es lo que más añoro).

La lectura se me sigue haciendo esencial, pero ya no el llamado mundo de las letras. Siempre he leído mucho, y lo sigo haciendo. No significa que esté a la última en novedades editoriales. Ni significa que lea únicamente novela. Significa, en síntesis, que leo de todo, dependiendo de las apetencias del momento. En muchas ocasiones he pensado en hablar de tal o cual obra que estaba leyendo, pero raramente lo he hecho, porque no quiero convertir este blog en un espacio de reseñas literarias. Pero las sorpresas se han ido sucediendo, siempre sin atender demasiado al orden canónico de géneros, novedades o demás. En estos últimos tiempos he pensado en escribir sobre alguna novela que me ha gustado, sobre el diario de Jovellanos que sólo había leído a trozos, sobre ciertas guías de viaje (las de El País-Aguilar, que cuando me atrapan no me dejan), sobre la gran madre Coraje y los impactantes amigos de Godot (ambas obras, que no sé si podré ver nunca sobre las tablas, se han asomado a mi e-book muy recientemente), sobre un meritorio libro de relatos sobre París con textos clásicos y modernos, sobre ese poema extraordinario de esa poetisa rusa de la que, sin embargo, quiero escribir un día, sobre obras dispersas releídas y reaprehendidas o sobre el diario que tanto me impactó de ese obispo de la teología de la liberación asesinado en El Salvador (que el día antes de que le pegaran un tiro en la cabeza intentaba ayudar, como siempre, a las humildes gentes de su diócesis, a pesar de tantas amenazas).

He tratado de obviar el hartazgo literario combinando textos diversos. Puedo mezclar (y lo reivindico) gran literatura con una obra menor que sencillamente me apetece para desconectar (ese, de hecho, fue el origen de la literatura). Hace un par de años me dio por leer novelas detectivescas femeninas (creo que a raíz de Millenium, que por cierto me pareció una mala novela). Descubrí que era mil veces más interesante un episodio de Mentes criminales que una novela de estas mujeres que, para mi gusto, tienen escasa gracia: Donna Leon, Anne Perry (de suculenta biografía pero escaso interés literario), Gimenez Bartlett, Patricia Cronwell, PD James, Ruth Rendell… Pero siempre se crea la duda: tendré que leer a las jóvenes, a las nórdicas, que tanta fama tienen actualmente. Otra cosa que está en la lista…

En pocas palabras, leo lo que me apetece cuando me apetece. Cada vez menos ficción, por cierto. Quizá porque en algunos momentos entiendo más que nunca a Borges y entonces digo que yo también estoy podrido de literatura.

Adenda 1: Sobre la lamentable situación del mundo de las letras hablaré otro día.

Adenda 2: Y quizá también comparta lo que aprenda de Historia del Arte, no lo que pueda encontrarse en la red sino aquellas pequeñas observaciones que nos sorprenden cuando estamos aprendiendo una disciplina; de momento estoy con las técnicas arquitectónicas y con las dinastías egipcias… Poco más, que no puedo permitirme hacer todas las asignaturas.