Mediados de mayo de 2012. Paseo cotidiano por lo blogs amigos. Llego al de Pluvisca, a la que conocí primero en persona que a sus blogs (suele suceder al revés… A Pluvisca la conocí en la quedada de Barcelona y gracias a ese encuentro comencé a frecuentar sus saquitos de belleza, preguntándome cómo es que no los había conocido antes). Entrada de Pluvisca: Flores en Girona. Pluvisca, para quienes no la conozcáis, pone todo tan bonito que te convence (será que lee muy bien, y que si escribe bien es porque lo hace con fundamento). Le dejé un comentario a aquella entrada, con la mirada fija en mi propio recuerdo de Girona: “Girona es un regalo para los sentidos, para el alma. Hace seis o siete años que no subo. Y viendo tu entrada (qué bonita la tenéis, que cuidada, qué artística) he pensado que no pot ser. Decidido: aquest estiu faré una escapada. Es una ciudad demasiado maravillosa para no llevarla en el alma y en los ojos cada poco.”

Este estiu lo he hecho. Espoleado por Pluvisca, me he escapado a Girona. Y se me ha llenado el alma, como siempre, por tanta y tanta belleza.

Estuve por primera vez en Girona hace once o doce años. Y me enamoré de esta ciudad a la que le acompaña hasta el nombre. Desde entonces he conocido muchas ciudades maravillosas, pero Girona no se ha visto empequeñecida. Es como una pequeña Florencia, como un laberinto, como un juego de puentes y de casas colgantes, como una judería que se autoinventa (qué hermoso su call), como un devenir de escaleras infinitas.

Volví a Girona hace unos pocos años, seis o siete. Y ahora otra vez… Excursión veraniega: tren desde Barcelona, desayuno en alguna encantadora terraza, comida en el café Le Bistrot que tanto gustaba a Roberto Bolaño (creo que comimos en la misma mesa de la foto de abajo), paseos y más paseos…

No me cabe la menor duda: Girona merece estar en el listado de ciudades bellas del mundo.