Este año se ha celebrado el bicentenario de la Pepa, la constitución de Cádiz de 1812. En España, los inventos progresistas, suelen durar cuatro días. Es lo que pasó en esa lejana fecha. Fue algo así como un triste adelanto de otras caídas históricas.

No he celebrado demasiado a la pobre Pepa, porque no tengo el cuerpo para celebraciones españolísimas. Me fijo también en algo que suele suceder. Cuando los años se convierten en siglos la derecha rancia se añade al homenaje porque admiten que es algo que suma en el haber hispánico. Es triste pero el fachamen ha reivindicado a la Pepa porque reivindica todo lo que huela a España del XIX. Da igual: sí que merece la pobre Pepa un homenaje propio, ni que sea el homenaje a lo que pudo haber sido y, ahora lo vemos bien claro, ni fue ni será. A no ser que una revolución social, republicana y federalista…

Paseando un día por el puerto divisé un barco extraño, antiguo, anclado en el llamado Moll de la fusta. Se trataba del galeón La Pepa, que había salido de Cádiz a principios de mayo de este año y se estaba paseando por algunos de los principales puertos españoles en homenaje a la constitución del 12. Subí, es decir, me sumé al homenaje. Estas son las fotos de aquella jornada.

Entonces recordé que ya mi amigo Mamé, de Tomara que tu vieras, había hablado del galeón hacía unos meses. Como buen gaditano había capitaneado el homenaje hablando de mares de libertad que uno añora que no hayan sido posibles. Reivindicando también algo que hoy me parece imposible; un espacio de concordia a partir del cual podamos construir nuevos puertos de llegada, sin mentiras, con respeto al derecho social, luchando contra las injusticias, superando el bipartidismo-estafa, como proyecto global para todos pero construido desde la sensibilidad de todos.