No sé si os habéis enterado pero el gobierno autónomo aragonés ha decidido que el catalán que se habla en la franja pase a denominarse “aragonés oriental”.

Me veo en la obligación de explicar algo. Un idioma no entiende de fronteras humanas. Así, alrededor de las fronteras siempre queda una especie de tierra de nadie en que los idiomas pasan de un lado a otro. Cuando en verano viajo a mi pueblo del Pirineo me hace gracia darme cuenta que muchos de los lugareños, además del catalán y el castellano hablan también francés, y no porque lo hayan estudiado precisamente. Con el idioma catalán pasa más o menos lo mismo. Es una lengua que se habla en Catalunya, la Comunidad Valenciana, las islas baleares, el sur de Francia y Andorra. Pero se extendió también a una franja aragonesa limítrofe con Catalunya (lo que conocemos como la franja). Tras toda la vida dando por hecha la evidencia de que se trata de una variante del catalán ahora las autoridades aragonesas defienden a capa y espada que no se trata de catalán sino de una lengua nueva que ellos han bautizado como “aragonés oriental”.

Todavía recuerdo con vergüenza ajena que cuando se presentó en Bruselas las versiones españolas de la frustrada Constitución europea el gobierno tripartito catalán, que alguna cosa hizo bien, presentó una versión en catalán exactamente igual a la valenciana. Como el tripartito sabía que en Valencia no aceptarían una versión común lo que hicieron fue tomar la versión valenciana y etiquetarla como catalana. Es decir, dar a entender que asumían la variedad valenciana como propia. El ridículo europeo fue mayúsculo, y todo por culpa de un partido y sus seguidores que se han dedicado con la lengua a hacer lo que mejor saben hacer: negar la obviedad.

Yo creo que no es necesario apelar a la dudosa autoridad del filólogo y contentarnos con el sentido común para aceptar que valenciano y catalán, lo mismo que el balear o que el andorrano, son variantes de una misma lengua. Una lengua no es nunca idéntica, ni en el tiempo ni en el espacio. De las primeras variantes se ocupa la gramática histórica; de las segundas la dialectología y los llamados registros diatópicos.

El gran problema es obviamente el nombre. Si en lugar de catalán la lengua se llamara Swahili mediterráneo, por un decir, creo que todo resultaría más fácil. Si se llamara español oriental ya sería la leche: ahí sí que sería aceptado por todos como patrimonio común. Así pues yo propongo cambiarle el nombre. Ya se sabe que lo catalán da grima. Y que cualquier intento de poner en duda la unidad de la lengua es un ataque que se inscribe dentro del ideario de una derechona española, rancia, mugrienta, excretosa, insidiosa y mentirosa ; un ataque patético pero que seguramente les reporta réditos electorales. Como en tantas otras cosas.

Mientras tanto observo divertido cómo me estoy convirtiendo en un políglota sin un mal first certificate del que examinarme. Ahora resulta que desde la semana pasada, al catalán y al valenciano, que los hablo razonablemente bien ambos, sumo el aragonés oriental. Ni un suspiro me ha costado adquirir esta nueva lengua: es casi como si hubiera nacido con ella. Estoy esperando como agua de mayo que los isleños y los andorranos se decidan a hacer lo mismo, y sumar dos idiomas más a la lista.